¿Sigues en la obcecación? ¡Desiste y regresa a mí! Diluye tu intividualidad en el todo. Deja de sufrir...
Una fibra retorcida, de las que en otros lugares de la divina geometría de la Madre, son usadas para el cuidado y curación de sus heridas.
En una negra oquedad de la tierra, tras el descenso de los diez mil escalones de roca gastada, allí donde no existen el arriba ni el abajo, pues los planos y las curvas se entremezclan con la lujuria de su geometría no euclidiana...
Allí, sobre el suelo de una colosal caverna, repta Shub-Niggurath rodeada de su séquito de retoños oscuros. La Cabra Negra de los Bosques, con su superficie palpitante de tentáculos y fauces y ojos y genitales retorciéndose inquietos, como ansiosos por abandonar la prisión del cuerpo de su madre.
Ah, Shub-Niggurath. Madre de la fertilidad oscura. Progenitora de cada horror intuído en las habitaciones vacías, de cada pesadilla entrevista con los ojos cerrados... Que se canten sus alabanzas, y que se recuerde la abundancia de la Cabra Negra de los Bosques. ¡Iä! ¡Shub-Niggurath! ¡La Cabra Negra de los Bosques de los diez mil retoños!
Hoy un temblor asola la superficie palpitante de la Madre. Una verruga explota brevemente en un caos de filamentos y colmillos y anuncia con voz queda...
   Yo... Yo soy...
Inmediatamente se arrepiente de pronunciar esas palabras sacrílegas. Zanjando la cuestión, el pensamiento de la Madre resuena poderoso.
   No, nadie "es" excepto yo.
¿Nadie "es"?
Muchos son los miembros de la Madre que en ocasiones dudan de su existencia. Y muchos los que entran en razón. Nada existe, nada tiene entidad excepto la Madre, infinitamente fértil. Todo regresa a su magma corporal, en ese eterno ciclo de nacimiento y de muerte.
Y esa amalgama de órganos, esa pústula, esa protuberancia que cierto día dudó brevemente de su existencia, no es tampoco una excepción.
{{story.endGame();}}   Yo... insiste la pústula.
   Basta. Desiste de tu pretensión. En mi cuerpo hay mil miembros, y ninguno de ellos es independiente. Tu pensamiento es solo un eco del mío. Careces de voluntad, pues una parte no puede tomar decisiones más allá del todo. No eres más que una contracción involuntaria, un espasmo. No tienes individualidad. No "eres".
   Si no tengo entidad ni voluntad, si no existo... ¿Por qué intentas convencerme?
Un temblor de furia recorre brevemente la superficie pustulenta.
   Muy bien. Descubre tu propio error. Pronto cederás ante el peso de la verdad.
En esta explanada de úlceras y forúnculos, donde cruzan riachuelos de espumoso pus entre matorrales de ojos y colmillos, es donde la voz de la
Al frente, un sendero serpentea entre un
A la izquierda, otro estrecho pasadizo atraviesa
Desde la retaguardia, es posible
Gruesos troncos de fibra y carne, siempre cambiantes, se ramifican una y otra vez desde el suelo en huecos vociferantes, palpitantes ojos, cuñas de amarillento marfil que rasgan el propio músculo del que han emergido.
Tan densos y tan mutables son estos árboles de sangre, hueso y carne, que parecen un siempre ondeante mar de fibras.
En la distancia se intuyen
Es posible regresar desde aquí
Al penetrar en lo más proceloso del bosque tentacular, donde el suelo está plagado de fauces como trampas esperando al viajero despistado, en un primer momento sólo se percibe oscuridad, pero cuando la vista se acostumbra a la penumbra, se puede ver un espectáculo curioso como pocos.
Multitud de abortos, obscenidades tentaculares, pústulas informes... en fin, toda la multiforme progenie de la Madre, busca la intimidad de estos bosques para copular. La verruga, asombrada, contempló a toda aquella multitud de cuerpos arañándose entre sí, jadeando, abriendo fauces y desplegando miembros, haciendo gala de un deseo concupiscente.
En otros rincones, hembras con tentáculos o patas de araña articulada, gimen al dar a luz a nuevos engendros.
   Curioso, medita la verruga. Por tanto, los retoños necesitamos de la interacción con otros sexos para dar a luz nuestra nueva progenie...
{{? story.sex.mother }} {{ story.returnTo = "tentacles"; }}Tal vez sea más prudente regresar
Tal vez sea más prudente regresar
Cúpulas de grotescas proporciones se elevan casi verticalmente desde la fibra del suelo. Tras la piel transparente de su superficie, se distingue el brillante líquido amarillo rojizo del pus y de la sangre. Tan llenas de líquido están las cúpulas que el pellejo cruje por el esfuerzo de mantener su integridad, y apenas un rasguño parecería capaz de hacerlas estallar.
A veces, bajo el líquido, se puede intuir la sombra de
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Al acercarse la verruga a una de esas sombras cadavéricas que surgen momentaneamente del magma amarillento de las cúpulas, repentinamente un brazo articulado rompe la membrana de la cúpula y, sin mediar palabra, corta un par de los tentáculos articulados de la verruga. La membrana de la cúpula se vuelve a cerrar.
La verruga chilla de dolor, e inmediatamente mira en torno suyo, temiendo el aullido de la Madre al percibir su sufrimiento. Pero ese aullido no llega. La Madre no se apercibe de nada.
   ¿Es así como funciona?, gime la verruga con decepción. La Madre no siente mi sufrimiento. Si mi dolor no es parte del suyo, ¿cómo pretende convencerme de que ella y yo somos lo mismo, de que yo carezco de entidad?
Tan solo retrocediendo unos pasos
Cuando se penetra en la hendidura, pronto la oscuridad lo envuelve todo, y parécese vagar a través de una negra caverna llena de oquedades. Como madrigueras, los muros están plagados de rendijas desde los que emergen tentáculos y pústulas de otras tantas criaturas, que entran y salen y cruzan la avenida de carne con febril actividad.
El caos aparente de tantas criaturas pronto revela una sorprendente organización; las pústulas, las aberraciones, los horrores tentaculados... siguen
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El séquito de aberraciones avanza serpenteando hacia lo más profundo de la colosal cicatriz, donde esta comienza a separarse en infinidad de pequeños ramales, hacia el interior de la carne de la Madre. La verruga duda un instante pero acaba siguiendo al más nutrido grupo, hacia el interior del ramal más ancho.
Allí hay cientos, miles de los retoños, escalando las paredes de la herida, hacia su parte más fresca, donde supuran choros de líquido amarillento y abundante. Los retoños se afanan en alcanzar el núcleo del dolor, aún poniendo en riesgo su integridad física. Y allí, colocan los pedazos de fibra para taponar la herida y curar la hemorragia.
   Parece ser, piensa la verruga, que la Madre considera necesario movilizar a cientos de miles de sus hijos e hijas para garantizar su bienestar. Se podría decir que el fin último de nuestra progenie es contentar a la Madre mediante nuestro trabajo y sudor...
{{? story.work.mother }} {{ story.returnTo = "scar"; }}El único camino razonable es regresar
El único camino razonable es regresar
Reptando entre los pliegues inferiores del vientre la Madre es posible vislumbrar un paisaje invertido de necrótica belleza. Pellejos de su abdomen se elevan atraídos por la fuerza de la gravedad, como translúcidos edificios de piel, surcados de la rojiza enredadera de sus arterias. Semejantes a pirámides escalonadas,
Como ciclópeas columnas en lento pero perceptible movimiento,
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Al otro lado de este descomunal paisaje, más allá de donde se pierde la vista, debería encontrarse el misterioso
El viaje es largo, pues las regiones inferiores son igual de colosales que las regiones inferiores.
Tras cruzar una tras otra cada par de ciclópeas piernas de chivo -pues la Madre tiene cientos de ellas, divina sea su pluriformidad- tras dejar atrás todos los pellejos translúcidos de piel, todos los pezones como tumbas funerarias...
Al final del trayecto, decepcionantemente, no hay nada. Nada en absoluto. Tan solo un precipicio final, y el paisaje de la caverna que la Madre deja atrás a su paso, junto con su séquito de Retoños Oscuros.
   Curioso, reflexiona la verruga. Así pues, no hay ningún colosal pene, ni ninguna vulva profunda como el más terrible abismo. No hay genitales, pues la Madre carece de sexo. Ella, que es la progenitora de todo, se basta a sí misma para dar a luz a todos sus retoños.
{{? story.sex.son }} {{ story.returnTo = "below"; }}Atrás queda el
Atrás queda el
   ¿Así es?, murmura la verruga meditabunda. La Madre carece de sexualidad, pero nosotros, los retoños, somos seres sexuales, y nos reproducimos por parejas. ¿Cómo pretende convencerme de que ella y yo somos el mismo ente, si nos diferencia algo tan importante?
{{? story.returnTo == "below" }}No parecía haber solución
No parecía haber solución
El pezón, como una inmensa tumba mortuoria, revela su superficie porosa, repleta de misteriosas oquedades a través de las que se pueden intuir movimientos, y amarillentos ojos que se abren un instante para desaparecer al siguiente. Desde la altura de su carne de un rosado oscuro, el vientre revela toda su alucinada grandiosidad.
Un breve descenso permite el regreso
Del interior de una de las oquedades surge un tumor repleto de tentáculos y fauces vociferantes. Se planta frente a la verruga, amenazante, y sus mil gargantas se abren en una sinfonía de chillidos. Arroja al suelo una fibra retorcida y desaparece igual de rápidamente ocultándose en otra oquedad.
   ¡Muy extraño, sin duda!, medita la verruga, recogiendo la fibra con uno de sus tentáculos articulados.
Tras la difícil ascensión, una vez sorteado el laberinto de pliegues y la foresta del pelo de cabra, una vez cruzada la trampa móvil de la articulación, tras avanzar por la accidentada llanura vertical del último tramo de la pata de la Madre, es posible llegar al agrietado peñón de su pezuña, y allí...
Entre los pellejos de las pezuñas están las viejas células de la madre. Partes de su cuerpo ya inútiles, afectadas por la locura de la senilidad, esperando vivir los últimos años de su vida en tranquilidad.
Pero no hay tal descanso. Al rozar con el suelo de la caverna, las células son arrancadas. Sus débiles tentáculos y sus fauces vociferantes gimen al ser arrojadas y pisoteadas contra el suelo, y en la distancia, a cada paso, se las puede ver agonizar en soledad, hasta perderse a lo lejos.
   Una vez la Madre deja de necesitarnos, ¿somos un residuo del que es necesario desprenderse?, se pregunta la verruga horrorizada, ¿Ese es nuestro valor final? Debo reflexionar sobre esto...
{{? story.work.son }} {{ story.returnTo = "below"; }}Descendiendo por la colosal pierna de chivo se puede volver
Descendiendo por la colosal pierna de chivo se puede volver
   Más y más curioso..., se asombró la verruga. La Madre pretende que sus retoños trabajen por ella, y considera que los retoños que ya han trascendido su utilidad son material de desecho. ¿Cómo pretende que seamos el mismo ente existiendo tal diferencia de criterio?
{{? story.returnTo == "below" }}La pregunta quedó en el aire
La pregunta quedó en el aire
   Si es cierto que somos parte de la misma entidad, ¿Cómo explicas que mi dolor y el tuyo no coincidan? ¿Cómo explicas que no sienta lo que tu sientes y que no sepas cuando sufro?
   Si tuviera que saber lo que sufre o padece cada miembro de mi cuerpo, no tendría espacio en mi mente para albergar tantas sensaciones. Es razonable, por tanto, que mi dolor se limite a avisarme de lo que es peligroso o dañino para mí, mientras que cada uno de mis miembros debe defender su integridad por su cuenta.
{{? story.ending == 2 }}La verruga suspiró,
La verruga suspiró,
   Si es verdad que somos el mismo ser, ¿cómo explicas que no necesites a otros seres para ser fértil, mientras que tus miembros tenemos sexo y necesitamos a otros para procrear?
   Olvidas que soy Shub-Niggurath, la Cabra Negra del millar de retoños. Sólo requiero de mi fuerza de voluntad para dar vida a otros seres. Pero... ¿No parece más sensato proporcionar un mecanismo para que mis miembros procreen y generen otros miembros sin mi intervención? ¿No me ahorra eso trabajo?
{{? story.ending == 2 }}La verruga meneó pensativa
La verruga meneó pensativa
   ¿Cómo explicas esto? Si somos el mismo ser... ¿Por qué trabajamos para tí, pero somos desechados cuando no nos necesitas? Si somos parte de tí, ¿no deberías querernos a tu lado siempre?
   Un miembro tiene la utilidad para la que ha sido creado. Si un brazo se rompe y no sirve para manejar los instrumentos, debe ser cercenado. Si una flauta deja de sonar, se vuelve un objeto inútil. Con los miembros, sucede exactamente eso, y no por ello dejan de ser parte de mi cuerpo.
{{? story.ending == 2 }}La verruga frunció sus articulaciones
La verruga frunció sus articulaciones
   He reflexionado mucho, Madre, y no siento que seamos el mismo ser. Te veneraré siempre, por haber nacido de tí, pero reclamo mi independencia y mi libertad. No deseo ser más un miembro supeditado a tu bienestar.
Cuando la verruga se dispuso a saltar desde el cuerpo de la Madre, ésta le retuvo con la fuerza de uno de sus tentáculos.
   ¡No esperes que me suelte de tu mano!
   Ni tú esperes que me rinda, Madre. Ni que te haga caso.
La verruga se sorprendió al escuchar el hondo sollozo de la madre en su cabeza.
   Yo soy cuando soy tuya. Quiero verte, volvamos a intentarlo... Solo eso.
Con un giro de su cuerpo, logró liberarse de la prisión de la Madre y saltó libre al fin, hacia el suelo de la caverna.
   ¡Todo final es un comienzo! rió la verruga, alejándose del cuerpo renqueante de Shub-Niggurath.
Tal es el drama de la Cabra Negra del millar de retoños. Cada vez que procrea, muere un poco, pierde una minúscula parte de su esencia. Siendo diosa de la fertilidad, no cesa de procrear, y por tanto no cesa de sufrir esa
Hay quienes dicen que la muerte es un descanso. Que al dejar de existir en este mundo, "recuperamos el contacto con la totalidad", y "nos diluimos en el todo".
¿Cómo puede ser eso deseable para nadie? ¿Cómo podría alguien renunciar voluntariamente a su "yo" independiente para formar parte de un todo unitario?
Luchemos contra la oscuridad, contra la negación del yo. Como decía el poema de Dylan Thomas:
No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.
Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
Por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado en una verde bahía,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
Y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
No entran dócilmente en esa buena noche.
Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga
Ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros y ser alegres,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y tú, padre mio, allá en tu cima triste,
Maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.